La noche del 6 de octubre, Guadalajara no solo recibió un concierto; se dejó envolver por un viaje entre luces y sombras, un cosmos sonoro que solo Zoé puede crear. Desde antes de que las primeras guitarras vibraran, el aire estaba cargado de expectativa: filas interminables, rumores de reventa y un murmullo colectivo que anunciaba que algo más que música estaba por ocurrir. El caos previo parecía inevitable, pero ahí estaba la ciudad, lista para perderse en un arrullo de estrellas.

El escenario de las Fiestas de Octubre se encendió como un astro distante y León Larregui apareció, casi flotando entre la penumbra y las luces violetas. “Guadalajara, hace mucho que no estamos juntos”, dijo, y el público respondió con un rugido que parecía atravesar el tiempo. Desde los primeros acordes de “Memorex”, la experiencia se transformó: cada riff y cada línea vocal eran un portal hacia otra dimensión, donde la realidad y el sueño se mezclan.


El setlist fue un mapa de emociones: “Vía Láctea”, “Veneno”, “No me destruyas”, “Fin de Semana”, “Labios Rotos”, “Soñé” y “Corazón Atómico” flotaban en el aire, entre luces que bailaban y cuerpos que parecían levitar. Pero el instante más mágico llegó con “Arrullo de Estrellas”, cuando miles de voces se unieron, convirtiendo al público en un solo organismo que respiraba con la música, atrapado en un limbo de nostalgia y belleza.



No hubo artificios deslumbrantes ni artificios innecesarios; la producción se volvió transparente frente a la fuerza de la conexión. Cada acorde, cada eco, cada pausa era un recordatorio de que lo que importaba no era el tiempo, sino la sensación de flotar entre notas y recuerdos compartidos.

Cuando el concierto culminó con “Azul” y “Dead”, no hubo despedida: quedaba la sensación de estar suspendido en un universo paralelo, un lugar donde el caos de la vida cotidiana se diluía en un arrullo de estrellas que solo Zoé puede ofrecer.
Esa noche, Guadalajara no solo asistió a un concierto: se dejó abrazar por un cosmos musical, un viaje introspectivo que se sintió infinito, como los ecos de una canción que aún late en la memoria de todos los que estuvieron allí.
Por: De Oficios Varios.