Hay noches en las que el frío y la melancolía del post punk encuentran un hogar cálido, y eso fue exactamente lo que sucedió con el regreso de Motorama a la ciudad de Guadalajara. El jueves 30 de octubre, desde los primeros acordes, el C4 Conciert House se sumergió en esa atmósfera hipnótica que la banda rusa domina como pocos: bajo pulsante, guitarras que cortan como vidrio y la voz de Vladislav Parshin flotando entre luces bajas y miradas perdidas. Todo se sintió como un viaje a través de los paisajes grises de Rostov On Don, pero con el corazón latiendo al ritmo tapatío.

Guadalajara los quiere, y ellos lo saben. Pocas agrupaciones extranjeras pueden presumir una conexión tan intensa con la ciudad. Motorama no solo llena venues, sino que logra que el público los abrace como si fueran de casa. Ya son, sin discusión, los rusos más tapatíos: cada visita se vive como una comunión post punk donde las emociones se liberan entre sombras, humo y reverberación. Su presencia tiene algo de ritual, un encuentro donde la melancolía se vuelve celebración y el frío del norte se disuelve en el calor humano del público.

Durante su presentación, la banda repasó distintos momentos de su discografía con una precisión casi mecánica, pero cargada de alma. Canciones que invitan tanto al movimiento como a la introspección, con ese tono existencial tan propio del género. No hubo grandes discursos, solo la fuerza de la música ocupando todo el espacio, como si las palabras sobraran.

Motorama volvió a recordarnos que el post punk no envejece: solo muta, se adapta y se vuelve más humano. Y en Guadalajara, esa pulsación encontró su frecuencia perfecta. Una noche donde los ecos del frío ruso se mezclaron con el corazón ardiente de la ciudad, sellando una vez más una relación que ya es pura devoción.



Reseña y fotografías: De Oficios Varios.
















