Hay conciertos que no necesitan adornos porque el fuego está adentro. La Barranca volvió a Guadalajara el 18 de octubre para celebrar sus 30 años de trayectoria, y lo hizo en el C4 Concert House con un acto que fue más rito que espectáculo. No hubo pantallas, ni humo artificial, ni histeria prefabricada: sólo la banda, el público y esa energía contenida que siempre ha sido el lenguaje secreto de su música.

El set se construyó como una espiral. La primera parte fue una entrega completa de El Fuego de la Noche, el álbum que en 1996 los puso en el mapa y que, interpretado tres décadas después, suena menos a nostalgia y más a origen. Cada canción fue un trazo en la memoria colectiva de quienes han seguido a José Manuel Aguilera y compañía desde aquel inicio de guitarras densas y letras que arden lento. Las piezas no se sintieron viejas; se sintieron depuradas, resignificadas, como si el tiempo sólo hubiera limado lo innecesario.

Después vino el repaso de su travesía: temas de distintas etapas que mantuvieron esa tensión entre lo poético y lo eléctrico. “Ayer me dijo un ave”, “Día negro”, “Brecha” o “Entre la niebla” aparecieron como ecos familiares, sostenidos por una banda que toca con el pulso de quien ya no busca probar nada. La comunión fue inmediata: el público, en su mayoría de miradas maduras y oídos fieles, respondió con la calma de quien sabe lo que está presenciando, sin aspavientos, con respeto y devoción.

El sonido del C4 Concert House acompañó con precisión la propuesta: una atmósfera envolvente, de frecuencias que parecían quedarse flotando en el aire, dándole a cada nota el peso justo. Si algo caracteriza a La Barranca es la sobriedad y la intención, y esa noche ambas virtudes se sintieron como el hilo conductor de un espectáculo sin fisuras.

Más que un festejo, fue una reafirmación. Treinta años después, La Barranca sigue siendo esa banda que no se rinde a la fórmula, que persiste en el riesgo, que sigue buscando belleza en la grieta. Aguilera lo dijo entre canciones: “El fuego no se apaga, sólo cambia de forma”. Y así fue: cada acorde pareció encender algo en quienes llenaron el recinto, recordando que hay música que no envejece, sólo se vuelve más esencial.

El cierre, con un agradecimiento sincero y una promesa velada de continuar la gira XXX Años por otras ciudades del país —con escalas ya confirmadas en Xalapa, Puebla y el Teatro Metropólitan de la Ciudad de México—, dejó la sensación de que esta historia aún tiene capítulos por escribirse.
Treinta años después, La Barranca sigue siendo lo que siempre fue: una llamarada discreta pero imposible de ignorar. En Guadalajara, esa noche, el fuego volvió a arder.
Por: Alejandro Salgado.
















